Pocas veces – o ninguna –
he hablado en el blog de por qué yo crecí en casa de mis abuelos y no con mis
padres biológicos. Según he podido observar, en Costa Rica es muy común que
esto ocurra. No conozco estadísticas precisas pero muchos de mis amigos fueron
criados por sus abuelitos.
El caso es que el pasado
lunes por la tarde - luego de enterarme de la muerte de mi pequeña Juliana y
mientras buscaba la forma de acompañar a mi hermano en este momento tan difícil
– la mujer que me engendró dijo que maldecía de corazón el día en que me parió.
Ella ya ha dicho varias
veces que me detesta, que nunca me quiso como a una hija, que evidentemente no
fui un embarazo planificado ni deseado, pero no entiendo cuál era la necesidad
de maldecirme.
Hace un año discutimos
porque ella quería agredir a mi hermanito pequeño – de 6 años en ese entonces –
y desde entonces ha dicho que soy una tal por cual y una no sé qué. Todo se lo
dice por teléfono a mi mamá (mi abuelita) y ella me lo contó después.
La verdad es sólo una: Pese
a que sus palabras tienen poder sobre mi estado de ánimo no doblegará mi
fortaleza. Ya crecí y su odio no puede vencerme. Es cierto, yo habría deseado
que me aceptara o al menos que me tratara como a una sobrina más, pero si no
puedo tener eso, al menos puedo quererme a mí misma. Reconozco mi valor y el
amor infinito que Dios siente por mí.
Puedo decir que pese a su
desprecio, hizo lo mejor que podía haber hecho por mí: regalarme. Mis abuelos
se encargaron de darme una infancia feliz, repleta de amor, sin carencia
económicas ni malos ejemplos.
Gracias mamá biológica
porque pese a tu maldición me diste el mejor regalo: No me abortaste y me
abandonaste en los brazos de los mejores padres del mundo.
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