Ayer me vestí con mis
mejores galas y me maquillé, como pocas veces lo hice cuando iba a verlo, don
Alberto, pero con la intención de que me viera bonita, le alegrara el día y me
dijera cosas como “usted tiene un bonito perfil”, o “qué bonita naricilla” o “me
alegra verla tan feliz”.
Y fui, también con la
intención de no llorar. Pero no pude aguantarme.
Hace casi un año que se
fue, don Alberto. Y he luchado contra la nostalgia y el dolor. Creo que iba
ganado. La última vez que lloré por usted fue el día de su entierro. Luego lo he recordado sólo con sonrisas. Hasta ayer.
¿Ud sabía que el Teatro La
Aduana también se llama Alberto Cañas Escalante? ¿Y que recién estrenaron un
nuevo montaje de su querida obra de teatro, La Segua? Es un homenaje para usted
y su obra. Y es una producción magnífica. Le habría encantado verla, estoy
segura.
La actuación es
excepcional. Sobre todo la actriz que hace de “bruja – chismosa”. Y resulta
refrescante ver una obra de verdad en las tablas costarricenses. Al final, ponen
una foto suya, la iluminan y todo el público le aplaude. Yo también lo hice,
mientras lloraba a lágrima viva.
Seguro todo el mundo
pensaba: ¿Quién es esa mujer (loca) que llora sin parar en una obra poco
sensiblera como La Segua? ¿Qué le pasará? Y yo, hecha añicos, extrañándolo, mi
viejo.
Me gustaría tanto ir a su
casa, almorzar juntos – en aquella parsimoniosa ceremonia de tres platos y
helado de postre que nos servía de escenario para hablar de arte, música,
política y periodismo -, leer alguno de sus libros favoritos, ver un balet o
una opereta puesta en escena en el Metropolitan de Nueva York, discutir sobre
las obras de Goya, Magritte y Monet, y terminar conversando de mis sueños, de
mis planes de futuro, y escuchar cuánto confía usted en mí, en mis talentos y
capacidades. Y de lo alto que voy a llegar. (Deseo tanto no defraudarlo).
Quisiera ir y contarle que
ahora tengo un nuevo trabajo que me encanta. Que mi jefa me inspira y motiva. Decirle que anhelo hacer una maestría en
Derechos Humanos y viajar por el mundo (mejor dicho, repetírselo). Y que pronto
retomaré mis clases de inglés, que sigo leyendo en italiano y que ya manejo
bien. ¿Recuerda que usted me prometió que iría conmigo a pasear en mi carro
nuevo?
Ayer más que nunca, me di
cuenta de cuánto lo extraño maestro. Usted fue mi familia en San José durante 6
años; me soportó en mis depresiones de niña recién entrada a la U y en mis clímax
de profesional novata, ilusionada y eficiente.
Fue usted quién me forjó
esa ansia por escalar, escalar, escalar. Por luchar para hacer realidad cada
uno de mis sueños. Quien alimentó mi idea de que nada es imposible, de que todo
estará mejor; de que el éxito es mucho más que el dinero.
Recuerdo cuando usted me
dijo – poco antes de morir – que es inútil esa obsesión de los seres humanos
por alcanzar la felicidad con cosas externas, cuando eso se lleva por dentro. Y
me gustaría tanto decirle – mientras lo abrazo – que tenía razón. Ahora lo sé.
Soy feliz.
Gracias una vez más por
seguir a mi lado, desde donde sea que esté.
De mi colección: "Cartas a Beto Cañas".
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