Muchos
saben mi historia. Pocos la creen. En la mayoría de casos, cuando la cuento,
nace en los corazones de quienes me escuchan una especie de envidia o
desconfianza. A veces, se alegran por mí.
Yo
he visto milagros ocurrir en mi vida, muchas veces. He visto a Dios actuar a
través de las personas menos esperadas. Y fue así como tuve la oportunidad de
estudiar periodismo.
Cuando
tenía 12 años me enamoré del periodismo. Decidí que estudiaría esa carrera en
la Universidad Latina y haría una Licenciatura en Producción Audiovisual – como
Freddy Serrano, que era mi ídolo en ese momento -.
Ese sueño
fue creciendo dentro de mí. Me
despertaba pensando en eso. Me acostaba y soñaba con estudiar periodismo en la
mejor u privada de San José. Era como estar enamorada.
Y un
día, conocí a través de una red social en Internet, a un empresario español
radicado en Tambor. Nos hicimos amigos. Él me daba consejos y se divertía con
mis ocurrencias.
Siempre
me decía dos cosas que me alegraban el día: “Eres un bicho raro” y “Tienes un
futuro brillante”.
A él le parecía extraño que a mis quince años
yo no hiciera más que pensar en convertirme en periodista y especializarme en
la cobertura de Derechos Humanos para viajar por el mundo y defender a mis
colegas de la persecución del narcotráfico y la censura por razones políticas.
Una
vez, al conocer que quería estudiar periodismo en la U Latina, me dijo: ¿No
sabes que es muy caro estudiar ahí? Y yo le dije que sí. Pero que ese no era mi
problema. Mi sueño se cumpliría de alguna forma, aunque tuviera que ahorrar
toda la vida.
Él
me contestó: “Tú te encargarás de estudiar y yo del resto”. Y así mismo fue.
Me
dio una beca completa que incluía materias, matrícula, residencia y
alimentación. E incluso, a veces me invitaba a cenar en restaurantes bonitos
para celebrar mis buenas calificaciones.
Él
fue mi acompañante en la graduación de Bachiller en Periodismo y a él le
dediqué mi tesis de Licenciatura.
Nunca
me ha faltado el respeto y siempre ha escuchado lo que tengo que decir. Es una
especie de papá, amigo y confidente. Y si hoy tengo lo que tengo, soy lo que
soy y hago lo que hago es, en gran parte, gracias a él.
De
él no sólo recibí todo el apoyo económico posible, sino también moral y humano.
Cuando
nos reunimos a comer y se pone pesimista, a burlarse de mí por ser tan
soñadora, me río y le digo que no se olvide jamás que él fue para mí el milagro
por el que oré desde niña.
En
mi espalda llevo tatuada la frase “I have a brilliant future”. Y cada día,
cuando me estoy vistiendo, me fijo en el espejo, la leo y la repito. ¿El
objetivo? Creérmelo, como hace años lo hizo Miguel Lahoz.
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