Ya hará más de cuatro años
de ir una vez a la semana a comer con mi maestro. Todo empezó en uno de sus
cursos en la universidad. Yo embobada escuchaba sus historias y seguía sus
consejos. Conocerlo a él era un sueño hecho realidad.
Me convertí en su pupila, en su discípula y en su compañera. Él se
convirtió en mi familia, en mi mejor amigo y en mi mentor. Es una relación
bastante rara, de esas relaciones únicas que no tienen razón de ser pero
superan cualquier obstáculo y permanecen.
Íbamos a las librerías y comprábamos ediciones bonitas y
ediciones feas. Como Drácula de Bram Stoker. Él jamás entenderá por qué yo amo
los vampiros. Y yo jamás entenderé cómo un hombre tan importante sacaba toda
una tarde para llevarme a museos o al teatro.
Cuando lo conocí, él estaba perfectamente bien de salud a pesar de
su edad. Corría más que caminar, recordaba detalles como nombres, fechas y
situaciones que habían ocurrido muchos años atrás. Ahora, cuando lo visito, me
cuenta una y otra vez las mismas historias sin saber que las está
repitiendo.
Hoy me preguntó si ya yo me había graduado de Periodismo. Le dije
que sí. Y se sorprendió. No recuerda que él fue quien me acompañó a la
graduación hace más de un año.
También me preguntó que había pasado con mi novio. Olvidó que le
dije que habíamos terminado hace más de dos meses.
Y me contó que estaba leyendo su propio libro de memorias.
"Para recordar detalles que había olvidado por completo".
Ahora usa bastón y dice que se siente cansado todo el tiempo. Se
queda dormido de golpe y se pone enfermo a menudo. Un día me dijo:
"Florybeth, yo tengo algo grave, una enfermedad que nunca nadie más ha
tenido. Vejez".
No obstante, para mí sigue siendo mi maestro. Cuando yo sea grande
quiero ser como él. Siempre recordaré sus piropos: "Florybeth, usted tiene
el perfil perfecto. Es una belleza clásica, única". (Sí, en definitiva
nadie me ha dicho piropos con tanto caché).
Nunca olvidaré aquellos primeros años de universidad, en que no
tenía amigos y casi no conocía a nadie en San José; no tenía dinero para ir a
casa ni al cine, siquiera. Y él me invitaba a almorzar, a ver viejas películas
y a leer.
Recuerdo las "clases de cultura" que me dio. Cuando me
explicó lo que era una opereta, un ballet clásico o me enseñó las pinturas de
Goya. (Nunca superará que yo odie a Monet. Es su pintor favorito). Gracias a él
conocí - mejor dicho, me enamoré - de Zweig y mucho más recientemente, de
Carlos Ruiz Zafón.
He pasado horas de horas en ese salón repleto de libros. He dejado
que mi imaginación vuele. He escrito para él y también he leído en voz alta.
Cosas de Benedetti o de Neruda. Sólo por placer. Para
"divertirnos".
Y ya le dije a mi jefe que el día en que yo esté trabajando en la
redacción, y me digan que don Alberto Cañas murió, me tomaré la tarde libre.
Sólo para llorar. Aunque nadie comprenda cuánto me duele.
1 comentario:
No conocía sobre la salud de don Beto, muy lamentable cuando lentamente se apaga la vela, por dicha estás ahí para transmitir su conocimiento, de eso se trata esa transmisión de luces, dichosa porque has compartido momentos únicos con un genio de persona!
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