21 abr 2013

Que reine la paz en el mundo


Creo que lo que está mal en el mundo, es la propia esencia del Ser Humano, o lo que ha cambiado en ella desde el día en que fue creado. ¡A veces pienso en lo hermoso que sería este planeta, si no existiéramos nosotros! Nos hemos convertido en aves de rapiña.



Esta mañana, mientras almorzaba con don Alberto Cañas - como tantas otras veces en los últimos años - nuestra conversación giró en torno a la violencia y el odio que anida en el corazón de la mayoría de las personas y los actos tan terribles que son capaces de hacer en nombre de cosas tan loables pero mal interpretadas, como la religión, la sed de justicia o el hambre de superación.

Le conté a don Beto, algo que horas antes me había contado mi querida profesora de italiano, Stefania Iannaco: La historia de un hombre alcohólico que vive en la calle vendiendo chicles y mentas.

La semana pasada, este muchacho protagonizó una rencilla callejera contra un conductor que estaba pasando por ahí, en su carro, un sábado cualquiera y que molesto con las necedades del borracho, sacó un machete y le cortó la cara.

¿Qué puede tener en la cabeza un tipo que reacciona de forma tan extremadamente violenta contra un problema que se podía resolver yéndose de ahí, así sin más? ¿Cómo es posible que un hombre común y corriente esté dispuesto a matar a otro sin pensarlo dos veces, como si de sentarse en el parque a leer un libro se tratara?



También, mencionamos la tétrica experiencia de los atentados en el Maratón de Boston ocurridos el martes anterior, en el que fallecieron 3 personas y otras 176 resultaron muy mal heridas.

Resulta que el Gobierno de Estados Unidos dice los culpables fueron dos chicos de origen checheno – ruso, hermanos, de 19 y 26 años, que eran residentes legales estadounidenses y musulmanes de corazón. Como dijo mi amigo Alonso: ¡Qué tan cliché!

El mayor murió dos días después del atentado, en un operativo policial. Y el más chico y con cara de ángel, fue detenido anoche. ¡Ahí tienen a los supuestos responsables! Cosa que no me creo mucho, pero bueno.

En caso de que fuera real  la versión gringa de los nuevos seudo terroristas, me pregunto ¿Qué puede motivar a un guapo joven de 19 años, estudiante de una de las mejores universidades del mundo (Cambridge) y con un brillante futuro por delante, a colocar bombas caseras y arrancarle piernas y brazos a inocentes y saludables corredores?

También pensé en un viejo amigo de la infancia que fue asesinado en mi pueblo, durante una típica y pacífica feria deportiva, la tarde de un domingo, frente a decenas de niños, por un problema entre familias.



Todo esto viene a cuento porque durante la clase de cultura italiana de hoy, vimos una película sumamente emotiva y cruda que se llama: Io non ho paura. (No tengo miedo).

El filme narra la historia de dos chicos de 10 años: Michele (Miguel) y Filippo (Felipe). El primero es un niño encantador, travieso y sumamente valiente, atrevido y con coraje. El segundo, es un niño tímido y educado, que fue secuestrado y está muriendo de hambre y sed, en un foso lleno de humedad, suciedad y oscuridad. Michele está dispuesto a mantener vivo a su nuevo amigo, hasta que descubre que su padre es uno de los secuestradores. A partir de ahí, empieza una verdadera odisea fundamentada en la amistad y la valentía.

Sin embargo, lo que más me impactó de la película es ver hasta dónde están dispuestos a llegar algunos adultos, justificándose en la pobreza.


Yo nunca he sido pobre. Es decir, nunca he tenido que quedarme sin comer por falta de alimento, o que andar descalza porque no tengo zapatos. Pero pienso, con todo respeto, que la pobreza no puede servir de argumento para secuestrar a un pequeño y dejar que se muera de hambre y frío, mientras se desangra en un viejo pozo, a raíz de las heridas que le provocan las cadenas.

Creo que pocas veces he llorado tanto viendo una película. Ni he pensado en ella luego de terminar de verla, como con Non ho paura.

Sí, este mundo no es justo. Creo que nunca lo ha sido y probablemente jamás llegue a serlo. Pero la violencia y el odio sólo pueden crear más violencia y odio. No hay nada diferente que esperar del karma de un planeta lleno de humanos defectuosos y egoístas.

O quizás sí. Dicen que si cada individuo se preocupara por su salud mental, su equilibrio emocional y su estabilidad espiritual, y buscara la paz y el amor dentro de su corazón, como una lucha propia, sin pretender cambiar a los demás, sólo a sí mismo, todo sería más fácil y el final de la guerra estaría cada vez más cerca.

Quizás si la ambición descontrolada, la agresión, la envidia y el dolor fuera sustituido en lo más profundo de cada ser por la oración, la meditación, el agradecimiento y la amistad, estaríamos más próximos a encontrar el Verdadero Equilibrio del Ser, en este mundo terrenal.

La semana pasada conocí a una brillante y preciosa chica de 19 años, cubana, residente en Estados Unidos pero enamorada de Costa Rica y especialmente de Pérez Zeledón, que me dijo muy convencida: ¡Cuánto me alegra saber que aún existe gente buena en el mundo! Y yo le dije: ¡Eso es lo que hace que aún valga la pena seguir aquí!

Y lo sigo pensando: Que la gente buena, aunque está en peligro de extinción, es una razón muy concreta para seguir teniendo fe en la Humanidad. ¡Que reine la paz en el mundo! Cada noche, oro por eso. 

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