En abril anterior, la activista y columnista colombiana Catalina
Ruiz-Navarro publicó en su cuenta de Twitter un mensaje pidiendo a las mujeres
que escribieran cómo fue su primera experiencia de acoso callejero, usando el
hashtag #MiPrimerAcoso.
La idea era generar conciencia sobre la normalización que socialmente se
ha desarrollado alrededor del manejo de poder de los hombres contra las mujeres,
como si nuestros cuerpos les pertenecieran a ellos, como si fuéramos un objeto
sexual, sin sentimientos ni derechos.
Ese hashtag fue
usado casi 100.000 veces en unas pocas horas, coincidiendo con una marcha en decenas de ciudades de México
contra la violencia hacia las mujeres, según informó la BBC de Londres.
En ese momento, pensé en mi experiencia personal. La verdad no estoy
segura de cuándo viví mi primer acoso. Quizás fue cuando sólo tenía 10 u 11
años y caminaba con mis primas ya adolescentes por las estrechas calles de un
INVU en Pérez Zeledón y unos chiquillos nos gritaron cosas.
Tiempo después, cuando ya tenía 14 años y fui a hacer mandados al centro
de San Isidro de El General, un tipo gordo y viejo, que me pareció asqueroso,
se acercó demasiado y me dijo: ¡Qué ricas tetas!.
En esa ocasión, me sentí tan ultrajada. Me dio tanta rabia. Pero el
miedo me paralizó y no lo enfrenté. Ahora lo lamento.
Lo lamenté hace unos días, cuando mi sobrina de 15 años me contó que
unos muchachos la siguieron y le dijeron cosas vulgares. Ella se vio obligada a
llamar a su papá y pedirle, llorando del susto, que fuera a recogerla.
Pero lo que más rabia me dio fue que mi hermano y su esposa le dijeron:
¡Ay mi niña, y apenas está empezando!, y le hicieron creer que pronto se
acostumbrará a ser acosada en la calle. Como si eso estuviera bien, como si
fuera correcto, como si ella tuviera que aceptar que hombres extraños,
desconocidos e irrespetuosos la ofendan sólo por el hecho mismo de ser mujer;
por tener senos, caderas, vagina.
Le dije que NO. Que ellos son quienes están mal. Que no tenía por qué
aceptarlo y menos acostumbrarse. Que la próxima vez los denunciara con los
oficiales de policía que estuvieran más cerca. Pero al mismo tiempo tuve que
advertirle que es mejor que no salga sola. Que se cuide. Como si ella tuviera
la culpa.
Y en ese momento me di cuenta de todo lo que hemos hecho mal como
sociedad…
De los hombres que estamos criando: muchos de ellos con complejo de
superioridad, de “macho alfa con pelos en el pecho” y la supuesta autoridad para
violentar a las mujeres que se topen por la calle; y las mujeres, víctimas de ese machismo, a quienes no les hemos dado los
recursos ni la formación para empoderarse y quienes no reciben por herencia un
mundo igualitario, equitativo, inclusivo y respetuoso.
De hecho, en el #DíaSinCarroCR 2016 cuando decidí ir caminando hasta mi trabajo, recordé por qué a veces no salgo de casa si no es en carro: 4 hombres me dijeron obscenidades en un trayecto de 40 minutos por San José. Terrible.
De hecho, en el #DíaSinCarroCR 2016 cuando decidí ir caminando hasta mi trabajo, recordé por qué a veces no salgo de casa si no es en carro: 4 hombres me dijeron obscenidades en un trayecto de 40 minutos por San José. Terrible.
Por eso, quisiera para mi sobrina, para mis futuras hijas y nietas, un país
mejor, donde puedan elegir su ropa sin pensar en el qué dirán los hombres que
las vean, sin temer a que las violen, las toqueteen y les digan groserías. Quisiera
para ellas y para mí un mundo sin acoso callejero, con la libertad suficiente
para caminar por la calle sin temblar de miedo.
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