11 jun 2015

Yo decidí ser mamá del corazón

Hoy mientras veía noticias, pude sentirme identificada con una entrevista  - de esas en vivo, en el set, con gente común – en la que un muchacho y una mujer ya grande hablaban de sus decisiones de vida: En el caso de ella, no se había casado y en lugar de hijos tiene 3 perros, y en el caso de él, un muchacho soltero que se hizo la vasectomía porque no quiere tener hijos jamás.

Independientemente de si uno comparte o no esas decisiones, es rico ver a gente que toma una decisión distinta a la de la mayoría y la defiende a capa y espada porque es, finalmente, lo que quiere hacer, sin dejarse llevar por convencionalismos o la presión social.
Esa lucha también es mía.

Yo, siendo una integrante de una gran familia, patriarcal, conservadora, católica hasta la cepa y machista, decidí romper esquemas y pagar la factura.

Elegí ser una mujer profesional, salí de la casa de mis padres a los 17 años, me fui a la capital y nunca me he visto obligada a estar con un hombre para sentirme completa. Además, tengo 24 años y sigo soltera. Y he decidido no ser mamá biológica.


Yo quiero formar un hogar con un buen hombre – no necesariamente casarme – y adoptar 2 bebés cuando ya seamos una pareja madura.

Mi decisión de adoptar y no parir es algo que medito cada día. Quiero estar segura de poder darles un hogar a mis hijos adoptivos, porque en caso contrario, preferiría no tener hijos de ninguna forma.

Nunca antes, creo, la decisión de ser madre ha debido tomarse con mayor conciencia que ahora. Vivimos en un país carísimo, con crisis fiscal, donde cada día aumenta el desempleo, las profesiones que tenemos la mayoría – ciencias sociales y médicas – no son las que generan más oportunidades  y la calidad de vida que quiero darle a mis retoños debe ser, al menos, tan buena como la que yo he tenido.

Quiero para mis hijos una buena escuela, ropa y comida, un techo digno, muchos libros y juguetes y oportunidades de desarrollarse como seres humanos, a plenitud.

Quiero que mis hijos sientan sed de crecimiento profesional, personal y sobretodo, espiritual. Quiero que se conviertan en hombres y mujeres de bien, temerosos de Dios y defensores de los derechos humanos; amigos de la naturaleza y respetuosos de toda vida (amantes de los animales por convicción y no por moda) y sobretodo, personas felices.

Quiero que puedan seguir sus sueños: si desean ser músicos, pintores, arquitectos o astronautas quiero estar ahí, con ellos o ellas, aplaudiendo cuando toquen, pinten, construyan o viajen a otro planeta. ¡Yo seré su mayor fan!

Quiero que mis hijos o hijas se sientan con la confianza de decirme si su corazón palpita por un hombre o una mujer – o si puede llegar a palpitar por ambos -; que su sexualidad, su color de piel, gusto musical o deporte preferido sea un argumento más para unirnos como familia y no una excusa para causarnos dolor. Quiero que en mi casa no haya discriminación ni prejuicios.


Y para lograr todo eso, necesito tener tiempo y un amor tan grande que haya sido alimentado desde ahora y hasta el día en que Dios quiera poner a mis hijos o hijas en mi camino.

No sé si serán niños o niñas; o un niño y una niña. No sé si tendrán el cabello rubio o serán unos negros preciosos de ojos oscuros como la noche y dientes blancos como la luna. No sé si serán bebés de un par de meses o niños a punto de entrar a la escuela o el colegio. No sé si serán ticos, africanos, polacos o españoles. Esas cosas son lo de menos.


Sólo quiero que cuando los conozca – juntos o por separado – mi corazón palpite tan fuerte como el de una madre biológica cuando acaba de parir a su pequeño; quiero que mis manos tiemblen de alegría cuando los toque y que su sonrisa sea mi razón de ser y mi mayor orgullo.

Quiero que mis hijos sepan que no importa del vientre en que nacieron, su madre soy yo y eso basta. Que mi amor es incondicional, infinito, y tan fuerte como un huracán si de protegerlos se trata.

Quiero que cuando se vean al espejo me vean a mí. No porque nos parezcamos físicamente, claro está. Sino porque soy yo la mujer que más los ama en el mundo y quiero que cuando vayan creciendo puedan decirme con toda seguridad: Mami vos sos mi casa...

Ah y finalmente valga aclarar que si por alguna razón Dios no pone en mi camino a un hombre lo suficientemente hombre para ser el padre de mis hijos y amarlos tanto como yo, entonces no habrá bronca porque ellos serán mi familia. Y de sólo pensarlo, me emociono hasta las lágrimas.

Y si, aunque no es necesario explicar, alguien quiere saber la razón por la que decidí adoptar, es muy sencilla:

Mis padres biológicos – como todo el mundo sabe – me regalaron cuando era bebé. Mis abuelitos se hicieron cargo de mí, y de pequeña sufrí bullying por ese tema. Pero sé, con total certeza, que tuve un hogar repleto de amor y apoyo. Y sigue siendo así hasta la fecha.

Por esa razón, si mi casa puede ser la casa de 2 ó 3 personitas a las que por alguna razón la vida les quitó la posibilidad de crecer junto a sus papás biológicos, yo quiero ser para mis hijos o hijas lo que mi mamá ha sido para mí: Mi fuerte, mi bastón, mi apoyo, mi mejor amiga, mi maestra y mi gran amor.

No hay más que decir al respecto.