14 ago 2015

El "Síndrome Keylor Navas" o la venenosa envidia que nos carcome

Estoy hasta la coronilla de los "serruchapisos" que siempre hablan mal de Keylor Navas, desde periodistas deportivos hasta “críticos profesionales de las redes sociales”.  Todos los santos días hay notas en la TV, el periódico, la radio y cualquier perfil de Facebook intentando encontrar lo negativo en su desempeño o incluso, en su vida privada.

Que si Keylor está fingiendo la lesión. Que si fue su culpa que perdieran el partido. Que si cuando el entrenador lo llamó fue para regañarlo. Que si es sólo un porterillo más para pasar el rato mientras acuerdan la compra de otro. Que si se casó por la Iglesia por moda o porque es católico de verdad. Que si su esposa llevaba mucho maquillaje durante la boda. Que si Keylor compró un carro de x marca o viste una camiseta que vale 100 mil. 


Todos se creen miembros de la Directiva del Real Madrid. Todos son el entrenador del mejor equipo del mundo o peor aún, Dios Todo Poderoso. Todos tienen un aporte que hacer al respecto en la estridente competencia por ser quién más daña el prestigio del portero tico.

Navas no es santo de mi devoción, lo reconozco. Digamos que cuando lo conocí no me cayó muy bien. Pero su historia es inspiradora. Es un luchador, un guerrero. Empezó desde abajo: nació y creció en una familia humilde de Pérez Zeledón donde su abuelita lo cuidó con cariño; hijo de una madre honesta y trabajadora y un padre de origen indígena Térraba. Entrenaba en el pueblo y luego, arriesgó todo, dejó la protección de su casa y el calor de su hogar para vivir en San José, siendo sólo un jovencito, con tal de perseguir su sueño que hoy lo lleva hasta España.

Hoy, ese chiquillo moreno y guapo de la Zona Sur se codea con los grandes;  NO por suerte o porque De Gea cobra mucho o porque al Real le sobra plata (como para tener montones de porteros en banca), sino porque es talentoso, perseverante y sigue sus sueños. Punto. Se lo merece. Se lo ha ganado.

¡Ya basta de achacarle a mil circunstancias externas el éxito de un hombre que ha breteado hasta el cansancio por estar donde está!

¿Si fuera un muchacho pudiente diríamos que está ahí por argolla? ¿Si fuera mujer diríamos – como muchas veces odiosamente pasa – que llegó a la cima porque se acostó con el jefe o el entrenador de turno? ¿Si fuera argentino diríamos que está ahí porque los argentinos o los brasileños siempre son “toda” en el fútbol? ¿De un extranjero es aceptable que sea bueno, pero los ticos somos tan poca cosa que no podemos ser exitosos en el campo que sea?


Déjemos de ser tan envidiosos, tan egoístas, tan poco empáticos y celebremos que Keylor está donde está; que sea el portero del Real Madrid. No para que él nos deposite una parte de su (impactante) salario como agradecimiento por hacerle barra, sino porque viéndolo a él podemos tener la absoluta certeza de que nosotros también podemos.

Nosotros también podemos sacar una carrera; montar una empresa propia; viajar por el mundo; practicar un deporte; tener una vida sana; sacar adelante una familia o cualquiera que sea nuestra meta. Porque tenemos la capacidad para soñar y la voluntad para hacer realidad esos sueños. Igual que Keylor. 

Que Keylor nos sirva de ejemplo. Que Keylor nos inspire.

Aún recuerdo el discurso que dio en Pérez cuando – erróneamente – le pusieron su nombre al humilde estadio local. ¡Fue increíble! Se me puso la carne de gallina y lloré de la emoción. (Si algún día lo despiden del Real que se dedique a dar charlas motivacionales). Y todo su mensaje se resume en la siguiente línea: “Si yo lo logré, ustedes también pueden hacerlo.”

¿Pero cómo vamos a lograrlo si estamos demasiado ocupados hablando mal de Navas? ¿Cómo vamos a lograrlo si estamos siempre enfocados en criticar a los demás, en hablar de los demás, en burlarnos de los demás; de sus esfuerzos, de sus sueños, de su trabajo?

Keylor es sólo un ejemplo de la horrible guerra que le decretamos a muchas otras personas cuando son exitosas. Porque la prosperidad del otro nos molesta, nos estorba; nos hace darnos cuenta de lo que podríamos haber sido y quizás no somos.

Y lo que molesta aún más que el éxito ajeno, es que ese éxito haya sido alcanzado por un ser humano que es auténtico – que, por ejemplo, se toma una foto con CR 7 y (mi gran amor platónico) James Rodríguez como si fueran sus mejores amigos de toda la vida y en la noche llama por teléfono a su abuelita para pedirle que ore por él -.


Esta experiencia de tener a un tico como portero en el equipo de fútbol más famoso del mundo nos sirve, incluso, para retratarnos como sociedad; y con todo respeto, el panorama que estoy viendo de la Costa Rica que somos no me gusta para nada.

Por mi parte, yo sólo digo: Bien por Keylor. Ojalá esta hermosa patria produzca muchos más hombres (y mujeres) como él.