8 ene 2016

Las verdaderas heroínas

El otro día estaba pensando en lo privilegiadas que somos las mujeres de las nuevas generaciones – pese a todo el trabajo que aún falta por hacer para alcanzar la equidad de género – gracias, precisamente, a la lucha incansable de nuestras madres y abuelas.


Ellas fueron las que iniciaron esta odisea; las que se pusieron los primeros pantalones (literalmente); las que se abrieron campo en la universidad, en el sector laboral y exigieron respeto en su propia casa, incluso.

En el caso de mi mamá, ella fue la que preparó el camino para mí. La que me dio la oportunidad de tener una vida diferente a la suya.


Hace una semana me contaba cómo tuvo que enfrentarse a sus hijos varones – e incluso a algunas de sus hijas – para que yo pudiera ir al colegio, y estudiar locución cuando sólo tenía 14 años. Me explicó que algunos familiares hasta se burlaban de ella, diciéndole que sería su culpa si yo me corrompía, “me echaba a la calle y terminaba embarazada y soltera, criando un hijo sola” (como si ser madre soltera fuera el peor pecado del mundo).

Me contó cómo, tras la muerte de mi papá, tuvo que hacerse cargo de la casa pese a haber dependido siempre de las decisiones de su marido – quien la acompañó durante 47 años de matrimonio – y tuvo la valentía de venderlo todo para darme la oportunidad de salir de Chánguena a buscar un futuro mejor en Pérez y después en San José (con ayuda de una beca).


Incluso ahora, con 76 años de edad y algunos problemas de salud, sigue estando presente, alentándome en mis locuras, mientras curso la maestría, sueño con viajar por el mundo, escribir un libro y dedicarme al periodismo de Derechos Humanos. Ella es la única fan que tengo, la única que no claudica y que nunca me cortó las alas.

A pesar de ser una mujer humilde, sin estudios, dedicada por completo a su familia y su hogar, supo entender que su hija es diferente: soñadora, independiente; la apoyó hasta verla convertida en una profesional y en el proceso, tuvo que defenderla con garras y dientes de quienes querían minar sus esfuerzos desde una caótica relación familiar (esa que la gente cree que le da derecho a meterse donde nadie la llama).


Puede que algunos me consideren la oveja negra de la familia, la rebelde sin causa que nunca se casará ni tendrá hijos, la solterona loca (espero no ser nada de eso en verdad), pero sé que para mi mamá sigo siendo su princesa cuenta cuentos y ella mi Príncipe Azul.

Pero lo mejor es que sé que mi mamá no está sola. Hay muchas madres como ella que tuvieron que luchar para que sus hijas pudieran estudiar, hacer una carrera, conseguir un buen trabajo, tener una mejor calidad de vida y seguir sus sueños.

En definitiva, ellas son las verdaderas heroínas.