28 dic 2013

Mi milagro llegó de España

Muchos saben mi historia. Pocos la creen. En la mayoría de casos, cuando la cuento, nace en los corazones de quienes me escuchan una especie de envidia o desconfianza. A veces, se alegran por mí.

Yo he visto milagros ocurrir en mi vida, muchas veces. He visto a Dios actuar a través de las personas menos esperadas. Y fue así como tuve la oportunidad de estudiar periodismo.


Cuando tenía 12 años me enamoré del periodismo. Decidí que estudiaría esa carrera en la Universidad Latina y haría una Licenciatura en Producción Audiovisual – como Freddy Serrano, que era mi ídolo en ese momento -.

Ese sueño fue creciendo dentro de mí.  Me despertaba pensando en eso. Me acostaba y soñaba con estudiar periodismo en la mejor u privada de San José. Era como estar enamorada.

Y un día, conocí a través de una red social en Internet, a un empresario español radicado en Tambor. Nos hicimos amigos. Él me daba consejos y se divertía con mis ocurrencias.

Siempre me decía dos cosas que me alegraban el día: “Eres un bicho raro” y “Tienes un futuro brillante”.

 A él le parecía extraño que a mis quince años yo no hiciera más que pensar en convertirme en periodista y especializarme en la cobertura de Derechos Humanos para viajar por el mundo y defender a mis colegas de la persecución del narcotráfico y la censura por razones políticas.

Una vez, al conocer que quería estudiar periodismo en la U Latina, me dijo: ¿No sabes que es muy caro estudiar ahí? Y yo le dije que sí. Pero que ese no era mi problema. Mi sueño se cumpliría de alguna forma, aunque tuviera que ahorrar toda la vida.

Él me contestó: “Tú te encargarás de estudiar y yo del resto”. Y así mismo fue.

Me dio una beca completa que incluía materias, matrícula, residencia y alimentación. E incluso, a veces me invitaba a cenar en restaurantes bonitos para celebrar mis buenas calificaciones.

Él fue mi acompañante en la graduación de Bachiller en Periodismo y a él le dediqué mi tesis de Licenciatura.

Nunca me ha faltado el respeto y siempre ha escuchado lo que tengo que decir. Es una especie de papá, amigo y confidente. Y si hoy tengo lo que tengo, soy lo que soy y hago lo que hago es, en gran parte, gracias a  él.

De él no sólo recibí todo el apoyo económico posible, sino también moral y humano.

Cuando nos reunimos a comer y se pone pesimista, a burlarse de mí por ser tan soñadora, me río y le digo que no se olvide jamás que él fue para mí el milagro por el que oré desde niña.

En mi espalda llevo tatuada la frase “I have a brilliant future”. Y cada día, cuando me estoy vistiendo, me fijo en el espejo, la leo y la repito. ¿El objetivo? Creérmelo, como hace años lo hizo Miguel Lahoz.


Todas somos Malala

Nunca me había sentado a pensar en lo privilegiada y dichosa que soy por vivir en el país en que vivo y tener las libertades que tengo.

Mientras leía el libro “Yo soy Malala” comprendí que hay lugares donde las chicas como yo ni siquiera pueden soñar con pintarse las uñas, usar falda o tener un “apartamento de soltera” donde puedan vivir solas y ser independientes económicamente.

No pueden ir solas ni al mercado. Siempre deben estar acompañadas por un hombre, aunque sea un niño pequeño de cinco años. No son nada por sí mismas. Dependen de un varón siempre.

Pero hay cosas aún más importantes, cuyas restricciones pueden ser terribles para la vida de cualquier ser humano: el que le impidan estudiar; aprender a leer o escribir, ir al colegio o cursar una carrera universitaria. ¡Cuán importante es la lucha de Malala!


Creo que no existe una mujer que no se sienta identificada y lastimada en lo más profundo al leer el libro sobre esa jovencita que fue tiroteada por los talibanes en Pakistán.

Aún recuerdo cuando leía las noticias que salía todos los días en la Agencia Internacional EFE sobre esa muchacha bajita con corazón de luchadora que había estado a punto de perder la vida por defender el derecho de todas las niñas musulmanas a ir a la escuela.

Esas notas me partían el corazón. Y hoy le doy gracias a Dios porque Malala no haya muerto, aunque su guerra apenas inicia.

Ojalá las mujeres de todo el mundo tuviéramos tanto valor. Después de todo, todas somos Malala. Todas tenemos nuestras propias guerras: contra el machismo, la discriminación, la desigualdad, la violencia doméstica, las violaciones sexuales, la falta de oportunidades y los prejuicios.

Malala debería servirnos de ejemplo e inspiración. Nosotras deberíamos ser sus discípulas.